POLÍTICA


Nos encontramos en un momento crucial, límite. Un momento en el que, además, se ha demostrado el agotamiento de las acciones localizadas para la solución global de los problemas, a pesar del carácter paliativo que dichas actuaciones puedan poseer respecto a los abusos de un sistema esencialmente injusto. Ha llegado, pues, el momento de los fines universales -sin olvidar los locales- para la resolución de problemas que son de índole global.

Para la definición de tales fines resulta imprescindible el esclarecimiento de los patrones esenciales que el ser humano debe poseer como referentes de sí mismo en sus principales esferas de actuación (los cuales denominamos ‘patrones autorreferenciales’). Ello resulta crucial para conocer qué es a lo que fundamentalmente debemos aspirar y qué debemos principalmente defender, pues tales referentes se derivan de nuestro carácter esencial como seres que buscan afirmarse en la plenitud de su conciencia y de su cuerpo. El objetivo de dicho esclarecimiento es hacer verdaderamente posible la consecución de un orden social libre y solidario, pues sólo conociendo lo que nos hace auténticamente humanos podremos caminar hacia él.

Nos encontramos en la fase agónica de un paradigma terminal, basado en el presupuesto de progreso entendido como desarrollo permanente y exponencial de las fuerzas productivas (entendidas como todo tipo de técnicas y la tecnología en general). De dicho paradigma formó parte, igualmente, el llamado socialismo real, nacido a partir del marxismo y en el cual, no obstante, también nos inspiramos en este proceso de humanización, tratando de dar un paso todavía más a la izquierda de él. En el actual paradigma terminal se han colocado la técnica y las tecnologías, esto es, los medios de los cuales nos servimos, como centro absoluto, como pivote esencial del desarrollo social y humano. Sin embargo, el medio no es nada en sí mismo; es, por el contrario, lo que remite a otra cosa (fundamentalmente a nosotros mismos y a la naturaleza), por lo que no es de extrañar que en dicho paradigma tanto lo esencial del ser humano (incluso su supervivencia misma) como la propia naturaleza se encuentren hoy muy gravemente amenazados.

Se trata, pues, de construir un nuevo Presente (entendido tanto en su dimensión temporal como en su acepción de regalo, un regalo al mundo). Y éste ya no puede ser otro que un Presente Transparente, llamado así porque es aquel en el cual todos nos podemos presenciar como lo que somos y, por tanto, reconocernos como Nosotros Mismos en todas las diferencias y en todos los cambios. Se convertiría así en nuestro patrón autorreferencial más importante, en función del cual debería definirse el patrón de autorreferencialidad relativo a la producción

A diferencia del elemental comunismo primitivo y del que llamamos comunismo de clase (o aquel que se establece en función de una clase particular que se toma como universal y que aspira al máximo desarrollo de las fuerzas productivas de ese momento), aspiramos a un nuevo comunismo: el comunismo de los seres humanos libres, que establezca el fin de la motivación por medio de la mejora de las condiciones materiales, un tope al patrimonio privado, un abanico salarial o de ingresos mínimo, y recursos sociales indirectos para el desarrollo del ser humano en cualquier plano.

En relación al poder, y a la hora de dilucidar qué poder es legítimo y cuál no, es necesario establecer otro patrón autorreferencial, al cual llamamos poder Original. Este es aquél por el cual todos sus fines son relativos a la afirmación de todo ser humano como un fin original o un fin en sí mismo. Por lo tanto, todo fin relativo concluye allí donde su prolongación amenace con convertirnos en medios y, por lo tanto, podamos ser utilizados. Por el contrario, cuando un poder busca perpetuarse afirmando un fin relativo como el fin absoluto (por ejemplo, el desarrollo científico-técnico), se convierte en un poder represor. Es por ello que en un orden libre y solidario como el que buscamos, el Estado debería ser el poder organizado de todos para afirmar, garantizar y desarrollar el poder de cada uno, siendo el único poder legítimo el inherente a ese orden libre y solidario. Esto, en su estadio más avanzado, coincidiría con el fin del  Estado, en una sociedad regida por la ciencia y el conocimiento, y no simplemente por el consenso de “opiniones” cada cuatro años. En dicha sociedad nos regiríamos por la fraternidad (o sociedad de singularidades solidarias), lo que implicaría la desaparición tanto de las clases como de la meritocracia. Consideramos ésta la autentica sociedad, por lo que todas las anteriores, más que sociedades represoras, deberíamos entenderlas como reprimidas.

Por tanto, definiríamos el poder como la posesión de una determinada disponibilidad de medios por parte de un grupo social, sancionada políticamente y legitimizada cosmovisionalmente, que determina el qué, el cómo y el cuándo de las realizaciones de los que no disponen de dichos medios. Y, en este sentido, es fundamental la definición del “nuevo sujeto social”, que debería tener como fin irrenunciable desmontar toda forma de poder en el que unos hombres puedan instrumentalizar a otros, dada su disponibilidad de medios y recursos, como asimismo desmontar las diferentes legitimaciones de que se valen para perpetuarse indefinidamente.

Ahora bien, no se trata, como dicen algunos políticos de izquierda, de que se aplique la Constitución. Se trata de que las leyes tienen que ser justas, con lo cual estaríamos situando la justicia por encima de todas las leyes. Es decir, que consideramos la justicia como la Ley de todas las leyes (y no nos referimos a la Justicia como institución del poder judicial). Se trataría de penetrar en el sentido profundo de lo que queremos decir cuando pensamos o reclamamos justicia, de manera que no entre en conflicto ni con la libertad ni con la solidaridad. Ni una ni otra alcanzan su realización si la justicia no regula las relaciones entre los seres humanos y, por supuesto, las relaciones entre seres humanos y naturaleza. Sin esto, lo que viene a llamarse "consenso social" no tiene sentido alguno.

Por otra parte, consideramos fundamental en nuestro proyecto político un debate en torno a la democracia, puesto que el capitalismo ha encontrado en la democracia burguesa o formal su marco ideal para su óptimo desenvolvimiento y autolegitimación. En ella el individuo se encuentra crecientemente aislado subjetivamente, en permanente competencia con los otros, de tal manera que en este contexto se agostan todos los proyectos colectivos, subsumidos en un fin global y omnipresente en torno al cual se tejen las llamadas “reglas del juego” o sistema del “consenso”: la “eficiencia” y el crecimiento económico.  Una sociedad libre debe poder ante todo diferenciarse por las relaciones que imperen entre sus miembros, que deberían ser conformes al ser esencial de los mismos y al del conjunto (incluyendo también a otros seres y a la naturaleza), más que únicamente al proceso de toma de decisiones, sin que pretenda restársele a esta última la importancia que le es debida. Y si decimos que nuestro ser esencial consiste en el núcleo de nuestra humanidad, entendida fundamentalmente como capacidad de dar, más que de tomar, y de realización de lo mejor de nosotros mismos en función de las potencialidades que nos son propias, resulta claro que todo esto tiene poco que ver con la promoción de nuestros intereses (que no derechos), tal y como suelen estos entenderse. Es más, resulta legítimo preguntarse si la realización de tales «intereses» no menoscaba en muchos casos nuestra propia humanidad o la de otros, socavando o impidiendo, pues, la construcción de una comunidad solidaria, que es la auténtica base  sobre la que consideramos podría construirse una sociedad realmente humana.

Lo anterior, naturalmente, nos conduce inevitablemente a la contemplación de la cuestión de la igualdad como fundamento de una sociedad libre. En primer lugar, por la razón obvia y sorprendentemente olvidada, de que la carencia de oportunidades para la formación y la realización humana merman nuestra capacidad para decidir con conocimiento de causa. En otras palabras: la libertad para decidir no puede ser solo formal; debe ser también, y sobre todo, real. Y ésta solo puede lograrse no siendo a medias lo que somos, sino completamente, porque la realización de nuestra humanidad no puede ser un lujo, ni un factor dependiente de variables económicas, sino la premisa de la economía y la política, de la que nosotros, junto a los otros seres de la Tierra, somos el centro.

De lo anterior podríamos decir sin lugar a dudas que ,para que exista verdaderamente un sociedad libre, todo representante debe vivir como el representado. O, en el caso del ejercicio de formas de decisión más directa, todo participante debe vivir como los demás. Esto garantizaría dos cosas: en primer lugar que, al compartir el mismo tipo de formas de vida, preocupaciones, alegrías y dificultades de los otros, podremos verdaderamente ejercer la política por el bien de todos. El otro ya no será una abstracción, sino un igual, un compañero de camino, un semejante. En segundo lugar, la estrecha proximidad de formas de vida material es lo único que podrá asegurar que aflore nuestra auténtica diversidad (que no desigualdad), que no se encontrará de esta forma enmarañada con falsas identidades sociales.

Puedes encontrar más información sobre nuestro proyecto político en los siguientes enlaces:

http://aletheia-informa.blogspot.com.es/2011/06/al...

http://aletheia-informa.blogspot.com.es/2011/07/pr...

http://aletheia-informa.blogspot.com.es/2013/05/et...

http://aletheia-informa.blogspot.com.es/2014/07/ju...

http://aletheia-informa.blogspot.com.es/2013/11/de...

http://aletheia-informa.blogspot.com.es/2013/07/co...